martes, 17 de diciembre de 2013

La diosa Torba

Torba paseaba por la plaza del pueblo, absorta en sus pensamientos sobre posibles futuros jerseys que regalar a alguno de sus nueve hijos o a cualquiera de sus veintisiete nietos, ya que no tenía nada más en lo que pensar. Era una mujer de 81 años que se ha pasado toda su vida sin salir de su pueblo, Alanís, y sin otras preocupaciones que preparar bizcochos y tartas, hacer jerseys, visitar a sus hijos... 

No tenía mucho en lo que pensar. Ni siquiera repasaba su vida para contarla al resto de ancianos del pueblo, ya que su vida había sido siempre muy monótona: fregonas y ovillos ocupaban su mente las 24 horas del día, de las cuales diez las pasaba trabajando en su casa, cinco cuidando a alguno de sus nietos y el resto durmiendo. Hoy era uno de esos escasísimos días en los que tenía un espacio libre para poder pasear, recorriendo el pueblo en busca del grupo de ancianas del lugar, o simplemente por pasear.

En esto que estaba, tan pensativa que, sin darse cuenta, no solo llegó al límite de su pueblo, sino que siguió hacia delante, caminando, sin notar cansancio alguno, llegando así a un pozo. Un pozo con apariencia no más allá de la de un pozo corriente, como el que tantas veces había visto en su pueblo y en el campo cuando iba de pequeña con sus padres. Lo único que diferenciaba el pozo con el que se había encontrado y los pozos corrientes era que este se llamaba: ''Pozo para Torba''. Esto fue lo que desconcertó a Torba e hizo que ese pozo fuese suyo. La ahora anciana normal, miró hacia abajo y se percató de que el agua del ''Pozo para Torba'' no era transparente, como cabría esperar del agua de un pozo medianamente corriente, sino que era verde agua, además de muy tentadora.

Torba, sin querer ni poder evitarlo, arrojó el cubo que colgaba de la cuerda, ambos totalmente corrientes, y subió el agua de ese color turquesa tan apetecible, pensando después que a lo mejor su suerte se tornaría mala si tomaba de ese agua, que bien podría estar envenenada. 

Se sentó en el borde de el pozo, que dejó de ser normal para ser el doble de resbaladizo de lo esperado, cayéndose Torba al fondo del pozo, que resultó no ser hondo, sino casi inexistente, ya que la anciana, toda su vida trabajadora, ahora no era anciana, gracias al agua. Ahora era una jovenzuela, al menos de interior; su apariencia era exacta a la de antes, a excepción, de sus ojos: antes marrones, ahora de un turquesa vivo. Además, no se encontraba en las afueras de Alanís, sino en lo más hondo del Olimpo, el reino de los dioses de Grecia.

Y era un diosa, la más trabajadora de todas: en realidad ella siempre había sido una anciana diosa de ojos turquesa, pero al violar las reglas del Olimpo, desobedeciendo a Zeus, fue castigada sin su condición de diosa, siendo lanzada a la Tierra, olvidándolo todo y absorbiendo los poderes, que se concentraban en sus ojos, por su potente color y su poder de hipnotizar. Por eso Torba, cuando no era diosa sino una anciana, seguía siendo muy convincente y podía hacer cambiar de opinión a la gente fácilmente.


En el Olimpo, todos la acogieron con los brazos abiertos, ya que la diosa de la limpieza, la querida y tierna por todos, había vuelto. Hasta Zeus había conseguido dejar el orgullo a un lado y admitir arrepentido que estaba equivocado, y que Torba había sido despojada de sus ojos divinos y sus poderes por un malentendido. Pero eso es otra historia que contar más adelante.
                                                                      Laura Morillo (2º E)

1 comentario:

  1. Uhm!, veo que los dioses del Olimpo eran muy humanos para los malentendidos.
    Felicidades Laura por hacer que pensemos y sobre todo por dejarnos con la miel en la boca, (lo del malentendido y el motivo del castigo),pero eso es otra historia! 11

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